miércoles, 11 de enero de 2012

Septiembre

Desde la noche del plantón del enfermero y del atracón de helado, C se había convertido en mi improvisada compañera de piso. Decía que no quería que yo estuviera sola, pero (aunque no dudo que fuera en parte cierto) creo que estaba muerta de miedo y la que necesitaba estar acompañada era ella. Venía de trabajar y se acostaba en mi cama haciéndose un ovillo, nunca la había visto así. 
Hablamos con una amiga enfermera (conocida de mi ya ex) que nos facilitó muy discretamente el contacto de un médico para ayudar a C, con pago a plazos. Hasta ese momento no había tenido oportunidad de reflexionar sobre la situación y no sabía muy bien cuál era la decisión correcta, pero me asustó y sorprendió llegar a la conclusión de que, si finalmente decidía visitar la clínica, no estaba mal. No es que intentara engañarme, sé lo que es ser un hijo en una casa con problemas económicos, una familia inestable... y no digo que la opción sea dejar de existir, pero si se puede evitar antes de que nazca que alguien sufra una vida inestable...  Barajamos entre todas la adopción, pero por un lado a C la hubieran echado del bar (ya lo hicieron antes con otra compañera) y todas pensábamos en el fondo que una vez pasado el embarazo y dado a luz no daríamos en adopción al bebé. 

A estaba ultimando la mudanza para irse, pero se había dado prisa para tener al menos 4 días libres antes de marcharse para apoyar a C. Ninguna sabíamos qué iba a pasar, pero tampoco le preguntamos y casi de manera automática íbamos las tres, sin hablar, a la clínica. Llegamos allí y nuestras caras tenían todas la misma pinta de cuerpo cortado, aunque todo el mundo fue muy agradable. Justo antes de llamarla a ella, cogió a A de la mano, me miró llorando y nos pidió que la sacásemos de allí. Tenía miedo y no quería hacerlo y le asustaban aún más las consecuencias de su reacción. Yo creo que las tres en ese mismo instante sentimos un alivio como cuando el lunes tienes examen y finalmente se suspende porque la profesora no viene o algo así. No hablamos, solo nos abrazamos y lloramos las tres juntas. 

Los siguientes días pasaron volando, A y SuperA nos cambiaban por Suiza y en el fondo B, C y yo queríamos que pasara como en las películas, que se bajara del avión y no volara. Eso no ocurrió. Se marchaban con todas las energías posibles para luchar por buscar su sitio. Y para mí es como si se hubiese marchado mi propia vida. Aunque C seguía conmigo, su actitud era distinta, estaba llena de vitalidad, mucho más feliz, ahora no tenía miedo. Iba a intentar trabajar mucho ahora para ahorrar todo lo posible. Yo tras tramitar mi vuelta a la Universidad, comenzaba mi curso escolar como mi pequeño Miguel y andaba buscando carpetas y bolis (siempre me ha gustado todo el material de oficina) y le sugerí a C el que dejara su piso y así se ahorraba el alquiler. Criaríamos juntas a nuestro bebé. En un primer momento lo rechazó alegando que no quería molestar más, pero esa misma tarde antes de irse a trabajar me dijo que sí que aceptaba. 

La tarde del día siguiente ya es historia: la pasamos en el hospital y no por mí. C había sufrido un aborto espontáneo y tenían que hacerle un legrado. Qué duro fue todo. No encontraba forma de poder consolarla y además, nunca la había visto llorar así y tampoco sabía qué hacer. 

C: -  "¡Fueron las botas!, decía llorando, ¡fueron las jodidas botas!"
Yo: - "Cariño, no debes torturarte ahora pensando en qué fue y qué no fue, necesitas descansar, así que por favor, intenta calmarte un poco porque tu cuerpo lo sufre"
C: - "Ya, pero es que el suelo estaba húmedo, como siempre, de las copas que se caen y yo pasé rápido a servir una mesa y me resbalé con las suelas de goma, pero no me llegué a caer. La impresión de que iba a caerme con una bandeja con 6 copas me ha hecho abortar, Marina, mi niño..." y tras un ahogado silencio dijo: - "ya no hay porqué dejar mi piso y vivir contigo"
Y vuelta a llorar, esta vez las dos juntas y abrazadas. 


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