viernes, 9 de diciembre de 2011

Enero 2011

Como dejé escrito en el blog, el 13 de enero quedamos A y yo para irnos de rebajas. Recuerdo que esa mañana los niños habían estado muy inquietos y acabé la jornada muy cansada. No tenía muchas ganas de ir, pero en cuanto vi aparecer a A sonriente con dos piruletas (como si llevara dos lingotes de oro) supe que me animaría. Estuvimos en Zara, en Oysho y en Pull and Bear, recuerdo que al final me compré unos pantalones de Springfield que me parecieron cómodos. Sobre las 9 de la noche nos íbamos para casa y quería acercar a A en coche para que no tuviera que coger el autobús, ella no quería, pero insistí tanto que no le quedó más remedio. 

Como estaba todo abarrotado de gente, aprovechamos para pasar de una calle paralela a la otra a través de unas escalinatas que no solíamos bajar. Normalmente no baja nadie por ahí ya que, a pesar de estar en pleno centro, es una zona sin farolas; pero ese día ya os digo que había gente por todas partes así que bajamos. Lo siguiente que recuerdo fue un griterío detrás de nosotras, un empujón muy fuerte por el que caí por las escaleras. Imagino que os habrá pasado al caeros, se queda uno como conmocionado y te levantas sin saber muy bien qué te duele; pues al intentar ponerme de pie me di cuenta de dos cosas: que el brazo derecho me dolía a morir y no podía ni apoyarlo y que no me podía levantar porque me había clavado en la barriga una antigua barandilla de escaleras oxidada. Al comprobar la profundidad de la herida y que me manché la mano de sangre, apenas pude vocalizar el nombre de mi amiga que en esas décimas de segundo era aún ajena a lo que me estaba sucediendo. Su cara fue el reflejo del terror, pero reaccionó a tiempo para gritar y pedir ayuda por teléfono. Yo me estaba mareando por el dolor y en el fondo me preguntaba si me mareaba porque me dolía la herida o me dolía porque me había visto lo que me pasaba. De cualquier forma, fue todo un espectáculo horrible. Tengo grabada a fuego la imagen de una bolsa blanca de Oysho de A llena de sangre.

Ya en el hospital perdí la cuenta de todo. Clavícula rota, muñeca fisurada y perforación de intestino. Casi nada. Pérdida de sangre, operación de urgencia, reposo absoluto, confusión mental... 

Lo que ocurrió fue una pelea entre dos mujeres de etnia gitana que peleaban por un robo de carteras. Una gitana de casi dos metros se lió a guantazos con la otra, que cayó encima de mí. La suerte (después de todo) es que había tanta gente escandalizada por lo que pasó que se ofrecieron para testificar en el juicio que yo quería evitar, pero que finalmente se está dando. Ahora en la distancia reconozco que me salvó el insistir tanto para llevar a A en el coche, si no, me hubieran recogido quién sabe cómo. 


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